sábado, 24 de abril de 2010

DE ABUSOS Y ABUSADORES

Si una persona mayor de edad, sea cura, padre, tío, etc. manosea o se aprovecha de su condición de autoridad y comete abuso de cualquier tipo, sexual o sicológico, sobre alguien vulnerable, sea este menor o deficiente, lo que hace en realidad es sacar a luz, exteriorizar un problema, una situación sicológica no resuelta manifiesta como pulsión interna. Hay quienes lo llaman enfermedad y es que se manifiesta de la misma forma, pero en ningún caso lo justifica. Una enfermedad sea resfrío, gripe o cáncer, es un desequilibrio con el entorno, un no tener resuelto cómo debemos actuar de manera armónica en un mundo convulsionado. La conducta abusiva es una enfermedad de la mente producto de un desequilibrio personal, de no tener resuelto armónicamente nuestro emplazamiento en el mundo, es la manifestación de una conducta que se manifiesta como negación a nuestra propia naturaleza.

Y es que venimos al mundo predestinados a actuar de determinada forma y el rol de la educación es moldear estas conductas con sentido ético y moral para transformarnos en individuos íntegros que damos sentido a nuestra vida cultivando nuestras propias virtudes. Este es el sentido autentico y real de vivir. El habernos convertido en autómatas y alienados, es harina de otro costal. Esta enajenación tarde o temprano nos pasa la cuenta y nos devela que la mente no puede tener el estatus de poder único que le hemos otorgado. Como individuos con alma y espíritu debemos obligarnos a escuchar las voces internas, esas que nos señalan un sentido de lo que es bueno o malo para nosotros mismos y en consecuencia para el resto de la sociedad. Estas conductas erradas que surgen como pulsiones descontroladas son la consecuencia de no escucharnos o definitivamente negar la condición de humanos con, en este caso, necesidades biológicas naturales como la sexualidad. Negar la sexualidad es pretender que todos los seres somos iguales en nuestro ser interno y que “si yo puedo aplacar mi deseo sexual para expulsar de mí las pasiones terrenales que me apartan del Señor, tu también debes poder hacerlo”. Es una cita personal a objeto de sintetizar lo que para muchos moralistas ortodoxos: que el deseo sexual no puede estar presente o no debe manifestarse tanto en un padre hacia una hija, hijo sobrina, y menos aún en quien dedica su vida a servir a Dios. El deseo sexual necesita ser encauzado para quienes no se sienten equilibrados y son amenazados con sus pulsiones internas. El problema en una comunidad que se dice mayormente católica surge al darle categoría de “pecado”. El reconocimiento del pecado no ayuda a extirpar el mal sino a sentirnos culpables de una conducta errada, no aplaca el deseo, este sigue subyacente y espera el momento de manifestarse, sea en forma honesta y pura, o todo lo contrario, en forma de volcán incontrolable que arrasa con los cánones de conducta moral aceptada y validada por la comunidad. Es nuestra naturaleza, quieran aceptarlo o no. Obviamente hay quienes están libres, equilibrados y con una vida acorde a su voluntad, criados en un hogar igualmente equilibrado en el amor y que como seres libres navegan por la vida guiados por el ángel de la bienaventuranza, dando verdadero sentido a sus actos sin caer en males o controversias morales. Cuando surge el conflicto, es la brújula interna quien hace de guía e indica en qué momento se debe cambiar el rumbo. Y esto es cuando la conducta sexual es ajena al comportamiento de ese ser integro que ha sido validado por la sociedad con cierta autoridad moral y cuyo deber social no es compatible con conductas subterránea y perversas. Esto lo sabe el ser interno, los curas no están ajenos a este conocimiento, el tío que desea penetrar a su sobrinita, también lo sabe por muy ignorante que sea. Ellos saben que si el deseo lo llevan a la práctica, pasando por encima de la voluntad de su objeto deseado o seduciendo a quien es vulnerable a ceder, están cometiendo un grave error. De lo que se puede no tener conciencia es que ese error puede tener como consecuencia la perdida del sentido de la vida para su victima.

He leído últimamente los posteos a los reportajes sobre el cura Karadima y es frecuente toparse con una mirada muy superficial. Se categoriza toda conducta como acto bueno o malo, liquidando con esta opción a los “pecadores”. Quienes opinan que los curas son unos degenerados, deformes y atrofiados o los que los defienden a ultranza, cegándose a reconocer la posibilidad de una conducta errada en alguien que ha dedicado su vida a construir. Debemos dejar de matar seres humanos y abocarnos a retomar el rumbo de la vida que está lejos de las jerarquías eclesiásticas, la política autodestructiva y consecuente a esto la constante búsqueda del placer. La vida será placentera si retomamos su verdadero sentido.

No existe gran diferencia entre Paul Schaefer y Karadima, ambos dedicaron su vida a construir un ideal de vida, solo que enceguecidos por los objetivos superiores supieron apartarlos muy bien de un reconocimiento a sus propias limitaciones que manifestaron subterráneamente.

Una vida dedicada a levantar una gran obra no es una buena vida si esta no se vive en forma integra. Ellos fueron objeto de esa mala costumbre que tenemos los humanos de ensalzar a cualquiera como ser superior, sobrehumanos, superdotados, verdaderos ídolos por el solo hecho de llevar adelante iniciativas que supieron liderar mejor que otros. Creo que es tan solo su merito, siguen siendo humanos con limitaciones y defectos como todos. Envanecidos por estos frecuentes ritos de alabanza, ellos sienten que no deben aparentar debilidad. Pero esta se manifiesta siempre, si no es abordada con coraje, reconociéndonos en lo que verdaderamente somos: humanos con un deber autentico ante nuestros semejantes, ocupados cada día de ser mejor personas con sentido de igualdad y justicia, responsables con nuestro entorno y la naturaleza que compartimos.

En palabras de Bahá’u’lláh “La tierra es un solo país y los ciudadanos sus habitantes”.

La situación que vive actualmente la Iglesia es solo la culminación de un ciclo. En qué derivará todo esto?, me reservo la opinión.

La Fe Bahá’í en Chile

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